La belleza del silencio.
Contaré una pequeña historia que he callado cientos de veces cada que alguien agrede, atenta o huye del silencio.
Hace un par de años, en medio de una noche triste y vacía, salí de casa alrededor de las 2 de la mañana; salí al parque que está frente a mi casa y caminé sin una dirección definida, hasta que en algún punto tan sólo me tiré sobre una de las duras bancas formadas de cemento situadas bajo la inclinación de luz proveniente de una lámpara mercurial, esta luz no venía sola, sino que se acompañaba y cruzaba con alguno que otro destello de la luna y un manto demasiado estrellado para estar en la ciudad. Recuerdo este momento porque sentí y escuché la alineación de mi columna vertebral como engranándose sobre el cemento de la banca. Miré hacia un costado y juro que podía ver ese suave movimiento del césped crecido provocado por el viento, recuerdo que volví a sorprenderme por la inusual aparición de tantas estrellas. Las palmas de mis manos tocaban la banca fresca, casi fría ante el clima de inicio de la primavera. Ese momento, ha sido el primer momento de mi vida en que me sentí conectada conmigo.
Sintiendo el silencio de mi tristeza, pero con ello el silencio de mi ser. De mi absolutismo. Recuerdo la imprudencia de algunos de los grillos y otros insectos deambulantes nocturnos que pude escuchar segundos después, pero esa aparición de ese sonido justo después de la nada, aunque interruptor fue algo inesperado y mágico. Juro que había magia en ello. De pronto entendí como es la naturaleza la que nos proporciona estos espacios y todos estas fuentes para conectar con nosotros mismos. Ni los años anteriores de terapia ni todos los artefactos, libros, herramientas supuestas de autoayuda lograron tanto como aquel momento.
Ese silencio fue especial, a mis 31 años a ese momento, fue realmente el primero. Mi primer bello silencio. Fue como escuchar lo inexistente, lo que sabes que está donde no está. El momento en el que me enamoré de esta misteriosa y muy refinada ausencia de sonido.
Quisiera no quitarle el crédito a la tristeza, pues fue ella quien lo hizo posible. La tristeza y la soledad aunque no siempre deben ir acompañadas, pueden ser excelentes aliadas cuando de renacimientos se trata. Y estoy segura que cada renacimientos surge después de un pulcro silencio, ese que penetra hasta tu cerebro, y ese justo momento en que hay silencio en el exterior y conecta con tu silencio interior se asemeja a abrir una puerta, o mejor dicho, te da una llave que abre el cosmos que alberga en el interior. Estar en silencio es haberlo entendido todo. Es estar aquí y estar ahora.
Me pregunto por qué las personas le temen tanto en lugar de buscarlo. Desde esa noche aunque aprovecho la vida y disfruto cada uno de sus matices busco al silencio como si fuera un tesoro perdido que hay que encontrar de vez en cuando. Pocas veces lo he logrado después de esa madrugada, de hecho, para ser honesta no recuerdo otra anécdota con tanto detalle ni podría contar otra anécdota con tanto ímpetu como la de estas líneas.
El silencio es la ausencia no sólo del tiempo, sino de la energía y de cualquier pensamiento. Es la ausencia justa que nos lleva a entenderlo todo. El silencio observa y aprende involuntariamente. Es simplemente, magistral cuando dominas escucharlo.
El silencio es una bella pieza de arte que quizás no todos comprenderán, pero quienes logran hacerlo, o simplemente logran estar en paz con él podrán dominar su propia vida algún día. Y en esta vida no hay meta o sueño más grande que dominar nuestra propia vida. Y para dominarla necesitamos reconocer nuestra realidad, nuestros sentimientos, nuestro estado base y algo de balance, para encontrar todo ello necesitamos de un quieto, limpio y elegante silencio.
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