Pensamiento oscilatorio de octubre.
Tengo la sospecha de que estoy huyendo de mi misión en esta vida. Cuando vengo camino del trabajo preguntándome qué puedo hacer para mejorar, adelantándome a los problemas que se vislumbran como para el día siguiente, y siempre tratando de ir un paso adelante, ignorando mis impulsos por detener el auto y prestar atención a todos esos rostros ausentes y desconocidos que esperan donde antes solía existir una mueblería, en la avenida Félix U. Gómez. Parece, y sólo para mi parece, que todos ellos han olvidado que la vida tiene un significado y con rostros más que cansados y apabullados, miradas caídas que desaprueban el engañoso, bastante dudoso desarrollo de esta ciudad, tienen algo por decir pero no encuentran las palabras, o pareciera que ya ni siquiera las hay. En una esquina absurda y burlona.
Tal vez ni siquiera son ellos y ni siquiera parece, y en realidad soy yo quien ya no puede soportar verles y que me reflejen en la cara todas esas nebulosas ideas que suelo callar. Porque ¿Para qué hablar? Si muy apenas pasamos del ¿cómo estás? disparando alguna respuesta predeterminada que si bien nos va podemos dar sin ni siquiera decirla, ni siquiera teclearla, ni siquiera pensarla. Gracias a la tecnología que nos bombardea de estas opciones infinitas para una progresiva ociosidad mental, aunque no preocupa tanto como la espiritual, pero eso ya lo veremos después, cuando la situación esté poco más grave.
Preguntamos ¿cómo estás? a contra tiempo, como con miedo de que la respuesta sea extensa o que no sepamos contestar, porque no estamos preparados; más que acostumbrados al simple "bien" o algunas de esas respuestas como "al cien" disfrazadas de productividad simplona que reducen el camino, limitándote a temas corporativos o de desempeño. Pocas han sido las personas que cuando exclaman esta frase lo hacen con energía concordante. Todos hemos sido parte de esto. Pero esta vez hablaré por mi. Aunque al ensayarlo pluralizo porque debo confesar que me hace sentir menos mal saber que hemos sido más de uno, y en mi sesgo de consciencia sigo insistiendo que hemos sido todos.
¿Cómo estás? Y más vale que la respuesta sea rápida porque tengo algo urgente que pedirte o preguntarte. Por favor, no tardes y no desarrolles porque debo entregar esto inmediatamente. Esto parece formar parte de una línea en letras pequeñas bajo un segundo plano cada que la pregunta aparece.
Si todo fluye con el usual éxito superficial, entonces ganaré puntos por mi oportuna entrega. Pero si irónicamente fluye con éxito de verdad, del que hace que las palabras atraviesen hasta la consciencia y te detienes a pensar en alguna respuesta, entonces en el momento parecerá que perderé minutos aunque en realidad, ambos habremos ganado.
Pero todo esto, muchas veces no nos atrevemos a pensar, preferimos todo por encima, lo que no nos involucre. Lo que no nos quite foco ni protagonismo del síndrome del triunfador o del victimismo peligroso.
Por otra parte, tampoco significa que no nos importe, pero nos hemos auto aleccionado de que el cumplimiento del "deber" es más importante, y hemos desarmado y vuelto a armar una carcomida escala de valores alrededor del significado del deber a nuestra conveniencia. Es fácil hacernos creer que nos lamentaremos descentralizar nuestra atención fuera de nosotros mismos, aunque muchas de las veces sea justo lo contrario. Y este miedo estúpido a perder, a fracasar sin ver esa línea de consecución y entender que muchas veces es a partir de ahí cuando empiezas a encontrar formas de ganar, nos ha llevado a límites confusos.
Sé que me he ido por las ramas una vez más, y es que como es mi escritura, así es mi vida. Y esto es tan sólo un vómito mental que bien pudiera ser juzgado pero poco me interesa. Nada garantiza que piense lo mismo mañana, o en dos horas, ni me preocupa su congruencia. Pocas palabras puedo extraer de esta serie de pensamientos abstractos que han venido apareciendo antes de que se termine octubre. Un día pienso una cosa, y otro día pienso lo contrario, todo mientras espero que los autos avancen y no me dejen atravesada o aplastada en ese viejo cruce de Félix U Gómez.

Comentarios
Publicar un comentario