Una anécdota cualquiera.
Esta vez contaré una curiosa anécdota que ocurrió el día de ayer.
Ayer fue domingo, un día en el que las familias normalmente se reúnen para ir algún lugar a comer fuera, ir al cine, tal vez o ambas.
Como dije anteriormente, actualmente tengo 36 años, por lo que es, si no obvio, sí bastante lógico que ya no viva con mis padres.
Bueno, pues ayer tuve la fortuna de despertar tranquilamente en casa, y digo tranquilamente porque es ventaja despertar sin resaca después de tomar casi una botella de vino antes de dormir la noche anterior.
Ayer pues, desperté tranquilamente y preparé pan tostado. Un desayuno bastante ligero en comparación con lo que suelo preparar un fin de semana. La razón fue que más tarde iría a comer con mi esposa y su mejor amiga. Ambas cumplieron años durante el mes de julio y yo estaba en deuda con ellas. Debido a algunas circunstancias de fuerza mayor que involucran a ambas, no había invitado a mi esposa a cenar la noche de su cumpleaños, y su mejor amiga me había regalado un pequeño detalle, pues yo también cumplo años durante este mes. Sin embargo, yo no le había regalado absolutamente nada, mi falta de creatividad para dar detalles sigue siendo uno de mis rasgos más característicos. Así que opté por invitarlas a comer. Fuimos a un restaurante del cual mi esposa me había hablado anteriormente y además ha estado "muy de moda" ya que algunos futbolistas famosos a nivel mundial han ido a comer a este lugar.
Entonces, cuando se acercaba la hora, me di un baño, de lo más normal y después entré a nuestra sencilla habitación para buscar algo apropiado con que vestirme.
Buscaba una falda color negro, satinada, larga y ligeramente holgada, sobria, propia de mi vestimenta. Y una blusa que hiciera juego, tal vez color verde o blanca, con accesorios dorados y botines estilo militar color negro o algunos zapatos de plataforma del mismo color.
Busqué un buen rato, pero no logré encontrar mi falda negra, es nueva, así que bueno, en algún lugar debe estar, me temo que ni siquiera le he quitado la etiqueta.
Me dispuse a buscar cualquier otra ropa, siendo lo primero que vi un pantalón color negro, con una blusa color verde militar y tonalidades negras, botines café en piel, muy lindos. Pero me sentía bastante sencilla para el lugar, así que agregué un cinto color negro de la marca Versace, mi cinto favorito. Cabe mencionar que éste fue un regalo, pero se ha convertido en mi favorito, no precisamente por la marca, sino por su diseño, que bueno, es bastante característico de la marca. Esto no se trata de algún tipo de presunción, y espero no esté siendo interpretado de esta manera.
Minutos más tarde, llegamos al restaurante, un lugar muy bonito por cierto. Nos atendieron rápidamente y observamos que el menú estaba dividido por tiempos. No queríamos consumir cada uno de ellos, así que simplemente preguntamos al mesero por su recomendación para una especie de entrada, a lo cual él nos sugirió dos de ellas y optamos por las dos.
De igual forma sucedió con el platillo principal y el postre. Tuvimos una plática amena, me sentí relajada y podría decir que contenta.
Tenía sobre mis piernas colocada una servilleta en tonalidad clara y repentinamente bajé la mirada y me di cuenta de que no la había ensuciado. Me di cuenta también que ya no buscaba lecciones sobre cómo utilizar o acomodar los utensilios entre los demás comensales, y me di cuenta, además, de que ya no solicitaba servilletas de papel. Esto parece ser irrelevante, pero no lo es y en un momento explicaré por qué.
Al salir del lugar, mi esposa recordó que yo le debía aún un regalo de cumpleaños. Le había prometido unos lentes graduados marca Carolina Herrera, pero al llegar al lugar decidió cambiar de opinión por unos Prada.
Entonces la vi realmente convencida de quererlos, y no dudé en decirle que sí. Siendo benevolente, cuando llegó el momento de pagar se ofreció a pagar la mitad de este artefacto a lo cual yo accedí, pues consideré que he tenido más cosas por pagar de las que esperaba en los últimos días.
Al salir de nuestras compras comenzamos a caminar entre los pasillos del centro comercial y de pronto tan sólo algo vino a mi mente... Sí, pagué un poco más de la cuenta en los últimos días, sin embargo, entre los gastos erogados estuvieron el recibo de la luz, las mensualidades de las tarjetas de crédito, los cuidados de nuestras muchas mascotas, regalos de cumpleaños, mis propios regalos de cumpleaños. Me compré un computador, me compré un Nintendo, le compré celulares a mis padres, compré algunas cosas para nuestra casa y para la de mis padres. Invité a comer a mis padres, me compré compulsivamente una bolsa y un sombrero vaquero. Y bueno, muchas personas podrán considerar este escrito como algo banal, superficial e inclusive estúpido. Sin embargo, si escribo esto es porque cuando hice el recuento de las cosas que había comprado o de los bienes que había pagado, me sentí una persona rica. Y no rica porque tenga una gran cantidad de dinero, porque en absoluto no es así. Me sentí rica porque por primera vez en mi vida elegí complacerme y tuve la oportunidad de hacerlo.
Entendí que con mis 36 años estoy cambiando. Y entendí que me compré una laptop por mero entretenimiento personal. Al principio intenté justificar mi compra, y decir que la necesitaba, pero siendo honesta, la compré porque quería comprar una desde toda mi vida. Aún así, la compré en una gran oferta, pero en otros tiempos, ni siquiera de esta manera lo habría hecho. Me sentí rica porque recordé que entre mis hermanos y yo acordamos regalar un celular a mi papá y yo sabía que el de mi mamá no estaba precisamente en las mejores condiciones y simplemente me encargué de ello. Me sentí rica, agradecida con Dios por poder regalar algo a mis padres. Claro, que varias de las cosas se compraron o pagaron a través de tarjetas de crédito pero qué importa. Afortunadamente puedo trabajar para pagarlas.
Me sentí rica porque pude regalar a mi esposa algo que necesitaba combinado con algo que quería, algo que realmente le gustó, y me sentí muy afortunada de poder invitar a mis padres a comer de vez en cuando.
Me sentí extraña y nostálgica cuando estaba sentada en el restaurante y caí en cuenta que aunque los domingos las familias suelen pasear juntas y posteriormente ir a comer y quizás al cine; en mi casa no era así. No me sentí nostálgica por no haberlo tenido, sino al imaginar lo que mis padres pudieron haber sentido al estar haciendo lo mejor que ellos pudieron y no alcanzar ese estándar de domingo.
Me sentí extraña al verme frente a un espejo vistiendo un cinturón Versace y mis bolsas que suelo combinar cuando antes jamás me hubiera pasado por la cabeza vestir algo propio de algún diseñador.
En ese momento lo único que pensé fue en que quiero ayudar a mis padres. Ojalá la vida me dé para recompensar aunque sea un poco de lo que me han dado.
Por otro lado, me llevó a pensar en la fortuna que tenemos algunos de nosotros y no hablo de lo material, hablo de estar vivos.
Lo material en realidad no importa.
Por más favoritismo que pueda tener hacia alguna bolsa, algún cinturón, algunos lentes, algunos zapatos, jamás, jamás superará la admiración hacia mis padres, a las personas que amo y a la vida misma.
El día de hoy, o ayer, mejor dicho... Tuve la gracia de pasar una tarde como la que acabo de describir, pero tiempo atrás tuve días en los que no tenía ni siquiera un billete de cien pesos para comprar una cena decente. No tenía los medios, ni las ganas.
Sé que no soy la única, pero no está en mi derecho hablar por los demás. La vida está llena de altas y bajas, y bien dicen que para disfrutar las etapas altas, también hay que apreciar las bajas. No siempre es por dinero, puede ser por salud o por cualquier otra cosa. Hoy estoy aquí, y ayer y hoy decidí comer lo que yo quería, invitar a quien yo quería, decidí consentirme como yo quería, y decido cuidar y consentir en medida de lo posible a quien así desee. Deseo hacerlo hoy porque no sé si mañana estaré, o si mañana estarán ellos. No sé si tenga salud, no sé si tenga la oportunidad. Pero si sé, que todo me ha dejado una pequeña o gran lección, lecciones de las que no se olvidan.
La vida hay que tomarla y disfrutarla como viene. Con su prosperidad y carencia en cada una de sus vertientes. Ponte eso que tanto te gusta hoy, visita o planea sobre ese lugar que tanto quieres hoy, invita a comer a esa persona que tanto quieres hoy. Trabaja y has todo lo que quieras, aprovecha cuando la vida te da puñados de buena suerte, pero también agarra la vida con amor y con fuerza cuando no sea así.
Si alguien lee esto, de todo corazón le deseo que siempre tenga más de lo más importante, que siempre será sin duda, amor y salud.
Comentarios
Publicar un comentario