Fragmento sobre mí.
En un mundo tan amargo, de vez en cuando se necesita un poquito de dulzor.
Entre tantas prisas y desesperación, pausar y tomar aire por la ventana no está de más.
Tengo una vida bastante común. Tengo 36 años y trabajo alrededor de 60 horas semanales, pocas veces sobrepaso el las pseudo permitidas por la ley. Mi trabajo consiste básicamente en validar un montón de números, que si bien, no tiene la mayor complicación, si conlleva cierto nivel de detalle y algún grado superior de concentración. Tal vez, algo de presión, pero no pretendo sentirme especial porque sé que soy una millonésima o billonésima, o quién sabe qué parte de este sistema. Suelo no hablar con nadie, hasta que me dirigen la palabra. Suelo no interrumpir porque detesto que me interrumpan. Suelo no separarme de las hojas de cálculo más que para ir rápidamente al baño, rezando se encuentre disponible cuando al fin me decido a ir, generalmente mucho más tarde de lo debido, arriesgando mis intestinos y vejiga, actuando estúpidamente, como si estas hojas de cálculo fueran más importantes que mi salud.
Suelo no jugar en horas de trabajo pese a que laboro en una compañía relacionada y fuertemente defensora de los beneficios del juego. Suelo usar audífonos sin música en ellos, y tomar café de un termo con la capacidad de mantener el calor alrededor de 7 horas. Solo tomarlo, disfrutarlo es ya un lujo para los sobrados de tiempo. Suelo tomarlo con el principal propósito de estar alerta, y sinceramente, no sé si es eso lo que más valoro de esta bebida cuando me encuentro en la oficina.
Suelo irritarme ante las bromas y ante todo lo que me robe tiempo, pues siempre espero salir de la oficina antes de que el tráfico empeore mi día.
Cuando al fin termino mis actividades profesionales, o al menos pago la cuota debida para poder emprender mi camino a casa, me dirijo al estacionamiento con una emoción que hasta la fecha no puedo explicar, pero siempre es también un emoción combinada con gran incertidumbre y una carrera anunciada, pues no soy la única que está por salir. Sin aparentarlo guardo en mí un paso veloz como si éste ayudara. Siempre quisiera llegar rápidamente a mi auto y arrancar a 40 kilómetros, pero me mantengo al margen porque en el estacionamiento hay letreros que me recuerdan que debo ir a 10 kilómetros por hora y si soy insensata seguramente recibiré una sanción, cosa que no necesito agregar a mi vida.
Entonces se ha llegado la hora de comenzar a conducir y nuevamente prestar toda mi atención para no morir aplastada entre dos camiones de doble caja, para no caer en un bache o socavón, como el que apareció hoy y donde cayó uno de esos enormes camiones, por cierto. No quisiera colisionar nuevamente con algún camión, porque puede que llegue el momento en que no logre contarlo. Tengo que ir con cuidado porque no todos corremos con la misma "suerte" y hay personas que no tienen otra opción que cruzar la carretera corriendo, lo cual lo vuelve aun más peligroso.
Llega un punto que ni la música, ni los podcast, ni las llamadas telefónicas, ni el clima frío, ni el clima caliente, ni otro café durante el camino, ni el asiento reclinado, ni el asiento vertical, ni el asiento bajo, ni el asiento alto, nada... Nada. Ya nada parece confortable. Uno simplemente se reserva a una especie de piloto automático donde pretende conservar su atención exclusivamente para conducir. No importa qué colores vista, en este trayecto todo se siente gris. Luchando por dejar en blanco la parte del pensamiento destinada a la incomodidad. Pretendiendo ignorar que el camino puede demorar hasta 2 horas, tal vez 3. Pretendiendo ignorar que he pasado casi 4 horas de mi día manejando, pretendiendo ignorar que en ese tiempo pude haberme trasladado a otra ciudad en un horario más sigiloso. Es difícil de explicar pero cuando al fin llego a casa, sintiéndome ligeramente inmovilizada por haber estado sentada gran parte del día y con pesadez en las piernas, llego agotada. Y me pregunto qué sucede, qué podré hacer ahora que al fin soy "libre", pero realmente no lo soy... Porque el agotamiento y un poco de irritabilidad pudieron haberse apoderado de mí. Al fin doy un suspiro ahogado, más que aliviado.
Esta fue una de tantas escenas similares de mi vida suscitada el día hoy. Hasta que momentos después... Bueno...
Describiré mi retrato para quien no puede verme. He llegado de la oficina después de manejar alrededor de 60 minutos, lo cual me pareció fantástico para estos nuevos tiempos. He llegado a casa, y como desesperada me dirigí hacia la cocina con las manos ansiosas por al fin sacar el "lonche" que me había llevado por la mañana, pero no me había dado el tiempo de comer. Quien me conoce bien, sabe que odio interrumpir mis tareas cuando la concentración está albergada en mi cabeza. Con un sonido incesante proveniente de mi interior y deseosa por probar cualquier bocado que fuese y que pudiera llenar un poco o calmar al menos ese hueco en mi cavidad abdominal entré en un insignificante, aunque en ese momento no lo era tanto, conflicto. Pues sentía el pantalón adherido a mis piernas, no permitía una circulación adecuada, hasta mis botas hechas de material ligero juro que pesaban. Me dolía el cuello, la cabeza, las piernas, encontré mi mandíbula rígida y el roce de la tela de mi blusa molestaba bastante, tenía un extraño calor en la nuca que me recorría insidiosamente hasta las manos. ¿Estaba yo comenzando a experimentar otro ataque de ansiedad? ¿No podía esperar aunque fuera hasta mañana? ¿No puede ser condescendiente y dejarme descansar al menos por un día? Sólo quería aparecer sobre mi cama aferrada a alguna almohada, pero después opté por querer aparecer en mi cocina con algún bocado entre mis dientes, deseaba experimentar esa segregación ya de mis glándulas salivales, vestida en cualquier ropa suave, holgada y cómoda. Ante esta indecisión, finalmente opté por saciar mi hambre primero. Sé que pude haber exagerada pero de verdad necesitaba comer algo ya. A la vez que ignoraba la educación y los buenos modales y contestaba las preguntas de mi madre al teléfono, pues venía charlando con ella durante todo el camino, tenía una imperante necesidad de escucharla. Cuando al fin terminamos la llamada y continué comiendo prometiéndome que me tomaría algunos minutos para comer tranquilamente entró una llamada de mi esposa. Por supuesto que no iba a rechazarla. Pocas veces coincidimos y usualmente soy yo la que aboga por todas esas llamadas y detalles, por darnos esos momentos y atenciones.
Además parecía no importarle que mientras contestaba tenía la boca llena de comida, sin haber dado un sólo sorbo de agua, y a mí parecía no importarme que al fondo se escuchaba bastante ruido y que tenía que tragar rápido el alimento para poder seguir contestando mientras ella sólo se quedaba callada esperando mis respuestas. Durante esta última llamada creo que terminé comiendo además fragmentos de mi labial seco y cuarteado que no se había borrado por la ausencia de lubricación durante el día, pues solamente había tomado alrededor de 200 mililitros de café negro.
Cuando terminé esta llamada caminé lentamente al baño para verme en el espejo. Como dije, mi labial casi desaparecido me mostraba una imagen totalmente diferente a la mujer que había salido de casa por la mañana. Ahora era yo, con un poco de delineador corrido en un lugar muy diferente al de origen, con los labios moteados, pues algunas partes conservaban un tono brillantes mientras que otras lucían ya pálidas. La simetría parecía ya no importarme tampoco. Era yo con el cabello disparejo y ansiosa por zafar de un estirón la ropa que llevaba puesta. Me dispuse a cambiarme mientras escuchaba un poco de música clásica y al fin recordé que vivo con doce pequeños seres a quienes debo cuidar. Mis mascotas conformadas por nueve gatos y tres perros que parecían estar distantes como si supieran que debían dejarme respirar un poco, descansar. Todos ellos aguardaron en silencio.
Cuando al final iba con mis 3 perros como un suceso mágico apareció, tan bella como siempre, esta lluvia nostálgica un tanto silenciosa de una tarde a punto de vestirse de noche. Apareció la lluvia desde un cielo gris azulado con tono melancólico recordándome la magnificencia de la naturaleza. Aquel había sido el minuto más sutilmente hermoso de este día. Entonces, antes de enfrentar alguno de los problemas comunes derivados de las fuertes lluvias, como quien tiene una idea brillante, coloqué mi mano derecha a altura de mi cara y mientras veía a una de mis pequeñas caninas troné los dedos gustosa y supe que era momento de prepararme un cálido y ligeramente cargado café.
Me dirigí a la habitación donde suelo guardar el computador y como niña con juguete nuevo y como si fuera la primera vez tomé la mochila, la aventé sobre el escritorio arrepintiéndome al instante pues por un momento pensé que se deslizaría hasta el suelo, afortunadamente no fue así. Saqué el computador, y comencé a escribir... Este momento, en que estoy aquí, con ropa cómoda, un aromático café que sigue caliente, escuchando la lluvia y una lista de reproducción sencilla de éxitos de piano mientras escribo. Este momento en que cuando desvío la mirada me encuentro con una noche cada vez más oscura, pasando del gris azulado a las diversas tonalidades que bañan la noche, sintiendo ese viento con una pequeñísima brisa impulsado por esos árboles que desde aquí alcanzo a ver contonearse entre sí. A este momento preciso puedo categorizarlo entre lo más maravilloso de este día. Me recuerda que el éxito no fue haber hecho un buen trabajo el día de hoy, el éxito está en haber llegado hasta aquí.
Es...
La naturaleza recordándome que si ella no quiere yo no existo.
La naturaleza recordándome que aun puedo verla, olerla, escucharla, probarla y sentirla.
La naturaleza recordándome que a un mundo tan amargo puede darle algo de su dulzor.
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